1858
San Borja
Su cuerpo dolorido estaba queriendo mezclarse con la tierra americana. Aimé Bonpland supo que en ella acabaría, para continuar en ella, desde aquel lejano día en que desembarcó junto a Humboldt en las costas del Caribe.
Bonpland muere de su muerte, en rancho de barro y paja, serenamente, sabiendo que no se mueren las estrellas ni dejarán de nacer las hormigas y las gentes, y que nuevos tréboles habrá, y nuevas naranjas o soles en las ramas; y que los potrillos, recién alzados sobre sus patas de zancudos, estirarán el pescuezo buscando teta. El viejo dice adiós al mundo como un niño se despide del día a la hora de dormir.
Después, un borracho apuñala el cadáver, pero la siniestra imbecilidad humana es un detalle que carece de importancia.
Libro: Memoria del fuego. 2 Las Caras y las Máscaras.
Autor: Eduardo Galeano